En octubre de 2003 inicié con este artículo mi colaboración con la revista barcelonesa El Cinéfilo de la mano de Jaime Cayuela, mi contacto en la publicación, que duró hasta que dejó de publicarse en castellano y sólo lo hizo en Catalán. Aquí y parafraseando el título de Kubrick, quise relacionar la película de Fritz Lang Los sobornados con un invento clave para el desarrollo argumental del cine policiaco, de gansters, como se decía antaño, o thriller, como lo llaman ahora:
¿TELÉFONO NEGRO?, VOLAMOS HACIA
LOS SOBORNADOS
Cartel en castellano |
Poco podía imaginar Graham Bell
cuando por primera vez hablaba con su ayudante, a unos pocos metros de
distancia y a través de su novedoso invento, que prácticamente veinte años más
tarde dos hermanos habrían de patentar otro artilugio cuyos usuarios
arramplarían con el suyo sin ningún rubor como fuente de inspiración para el
desarrollo de sus ficciones. Así, teléfono y cinematógrafo han evolucionado a
lo largo del siglo veinte hasta convertirse hoy en día en objetos
imprescindibles: el primero insustituible a nivel funcional y el segundo
universalizado como uno de los principales medios de entretenimiento. Por lo
tanto, estamos ante sendos inventos cuyos principios técnicos no tienen ningún
punto de contacto, pero que han conectado entre sí sin establecer ningún tipo
de dependencia del uno con respecto al otro. No obstante, desde hace bastantes
años es raro asistir a una película -exceptuando, claro está, las de época- en
la que no salga ningún teléfono y, por contra, quién no ha quedado por teléfono
con la novia o con un amigo para ir al cine. Con lo cual, se patentiza la
perfecta cohabitación de dos avances técnicos de diferente naturaleza y dispar
utilización en una sociedad rayana en el tercer milenio.
Título original en inglés |
No es extrañar que un género
cinematográfico tan conectado con el propio siglo veinte como el cine negro,
haya adoptado el teléfono como una de sus principales herramientas para el
avance de la acción. Ocurra la mayoría de las veces de forma ocasional, unas
indirectas y otras marcando enteramente su posterior desarrollo, como
concibiera Alfred Hitchcock en North by Northwest (Con la muerte en
los talones, 1959), en donde el equivocado receptor de una llamada de
teléfono se verá envuelto en la trama de una función para la que no tenía
entrada. O suceda en las menos de forma intencionada, en las que el teléfono
sea el hilo conductor imprescindible de la trama, como hiciera Michael Anderson
en Calls (Llamada mortal, 1981), en donde los asesinatos se
cometían a través de la línea telefónica. Es, por tanto, en el cine negro en
donde este aparato más se imbuye en la trama y pasa a formar parte indisoluble
con el celuloide. Esperemos que la nueva tecnología del teléfono móvil no
rompan la simbiosis del invento (sobretodo por el juego que siempre ha dado la
cabina, que se lo digan si no al desaforado José Luis López Vázquez) con el
cine.
El gran José Luis López Vázquez |
Un perfecto compendio del juego
narrativo que el teléfono desempeñó en la conformación de la sintaxis del cine
negro, lo realizó Fritz Lang con The big heat (Los sobornados,
1953), en donde llego a contabilizar hasta trece llamadas de teléfono (sin
contar con algunas otras citadas o en elipsis), que responden a dispares
funciones más o menos pertinentes dentro del relato, sin las cuales no podría
haber avanzado o no hubiera conservado su agilidad y parte de los valores que
la película atesora hoy en día.
Cartel original con el teléfono como protagonista |
No es un arranque tópico del cine
negro el que se oiga un disparo, baje las escaleras una mujer y no se oiga el
grito de ésta al ver a su marido que se ha suicidado, sino que fríamente se
disponga a telefonear a no se sabe, de momento, quién; lo que muestra bien a
las claras que no estamos ante una película cualquiera. El emisor y el receptor
de esta primera llamada saben más que nosotros como espectadores y, sin
explicarnos nada en concreto, nos ponen en guardia sobre una trama que se nos
irá revelando paulatinamente y de la que no podremos salir hasta el final de la
película. Se nos omite, por contra, la pertinente llamada a la policía por
carecer de valor narrativo, ya que la investigación policial sólo es necesaria
para la presentación del protagonista Dave Bannion (Glenn Ford) ya que no se
encontrará la confesión del policía Tom Duncan, porque la oculta su mujer Berta
(Jeanette Nolan).
El desencadenante de toda la acción |
Entre tanto llega la policía se
muestra una segunda llamada telefónica en la que el sicario Vince Stone (Lee
Marvin) recibe instrucciones de su jefe supremo Lagana, que en sí misma podría
parecer algo superflua, de no ser porque en primer lugar posibilita al
espectador contemplar la mítica aparición de su novia, la sugestiva Debby Marsh
(Gloria Graham) tumbada en un sofá; para después mostrar el tenso ambiente en
que conviven estos dos personajes y que habrá de explotar más adelante por la
aparición en escena de Bannion. De la misma forma, la tercera llamada interrumpe
la descripción del segundo ambiente doméstico que se contraponen en la
película: la típica estampa de la vida familiar norteamericana del matrimonio
Bannion; por la que se le comunica a Dave que el suicidio de Duncan no está tan
claro por la aparición en escena de la amante del muerto, con la que tiene que
contactar en night-club “The Retreat”, otro de los ambientes
cruciales de la película. Pero esta última llamada que interrumpe la
tranquilidad de su hogar es la más crucial de la película por ser el comienzo
de la espiral de violencia en que, a su pesar, se verá envuelto. Serán los
demás personajes quienes se empeñen en ponerlo sobre la pista adecuada, los
gansters al matar a la novia del suicida (enterándose por una variante del
teléfono, el teletipo) y los policías corruptos al recriminarle su visita a la
viuda.
Glenn Ford con la cabina en el bar al fondo |
La cuarta llamada, aunque hace
avanzar la trama, se convierte principalmente en una maravillosa muestra de los
diálogos típicos del cine negro clásico, una mezcla de doble sentido y cinismo
alrededor de una cabina de teléfono entre Bannion y el camarero del club,
Tierney (Peter Witney): Bannion "Hola amigo, ¿a quién llamaba?”
Tierney. “A mi madre (cierra la puerta y se pone muy farruco).” B. “¿Quiere
que vayamos a la comisaría?” T. “No me asuste sargento... cinco minutos
después de llegar allí será usted quien conteste a unas preguntas.” B. “Coja
su chaqueta.” T. “Claro... sólo que alguien querrá saber por qué mete
las narices en un caso del condado, por qué no deja de molestar a la gente,
después de habérselo dicho ya una vez.” B. “Usted recibe pronto las
noticias ¿no?” T. “Paloma mensajera especial... eh, ¿quiere todavía que
le acompañe?” B. “Uf... No, hoy no, cuando tenga las preguntas
suficientes para cerrar este asunto... dígaselo a su madre."
Tierney vs.Bannion |
Sin la ayuda de sus superiores, por
miedo a perder la pensión, uno, o por soborno, el otro, estando el caso de la
muerte de la amante en manos de la policía del condado y por sus erráticos
resultados en la investigación de algo que él intuye muy gordo; Bannion está
tan abatido al llegar a la tranquilidad de su hogar que no puede evitar derruir
la comisaría que ha construido su hija jugando, una metáfora del derrumbe moral
de su propia comisaría. Pero esta serenidad familiar resquebrajada, se tambaleará
en esta misma escena por los insultos a su mujer y las amenazas proferidas en
una quinta llamada telefónica, que funciona de nuevo como acicate de la acción
ya que este factor externo precipitado por los gansters disipa las dudas de
Bannion y le impelen a actuar; aunque también provocará el estallido definitivo
de su vida hogareña con la trágica de la muerte de Katie (Jocelyn Brando).
La única inocente, junta a su hija, de toda la historia |
En las pesquisas para encontrar al
ejecutor material del asesinato de su esposa, Bannion pergeña una artimaña a
través del teléfono al hacer llamar a su cuñado a “The Retreat” a una
hora determinada preguntando por Larry, el esbirro de Stone, y poder así
desenmascararlo. Esta sexta llamada es un recurso demasiado simple a nivel
argumental para que funcione, pero que se emplea para poner en contacto por
primera vez a Bannion, tanto con la violencia y el sadismo de Stone como con la
sensualidad de una Debby que, además, se prendará del policía acompañándole
hasta su hotel. Esta circunstancia sí que tendrá consecuencias definitivas para
la trama porque inducirá a Stone al error de echarle el café a la cara a Debby.
Lo cual justificará una séptima llamada del lugarteniente a su jefe Lagana, en
la que éste último le conmina a matarla: "¿Cómo sabes que no le dijo
nada? Debby ya no es sólo tu problema sino el nuestro... quiero estar seguro...
pero que no la encuentren en ninguna carretera, que no la encuentren en ninguna
parte." Pero ésta ya se les ha adelantado al escaparse del Comisionado
corrupto y acudir a Bannion, quien la ocultará en su hotel, con lo que se nos
muestra una octava llamada telefónica al recepcionista meramente
circunstancial.
La Graham con mayúsculas |
Mientras Lagana y Stone pergeñan el
secuestro de la hija de Bannion para que éste no hable, les interrumpe la
llamada telefónica de la señora Duncan asustada porque el policía llama a su
puerta. Su miedo no es infundado, porque la llegada de agentes corruptos,
previamente avisados por Lagana, evita que Bannion la mate para que salgan a la
luz los documentos de la corruptela que su marido guardaba y desenmascarar la
organización. Esta novena llamada le sirve a los guionista para salvar a su
protagonista de que cruce la línea del delito y no se equipare con Stone, como
le señala Debby. Lo que Bannion no ha podido hacer por escrúpulos morales para
no ponerse a la misma altura de Stone, será, de nuevo, otra persona quien lo
realizará, en este caso Debby, por una mezcla de redención y venganza por la
desfiguración de su rostro. La décima comunicación telefónica, en que su cuñada
avisa a Bannion de que el relevo de la escolta que cuida a su hija no ha
aparecido, es aprovechada por Debby para ir a la casa de la viuda. Mientras
ésta última marca el número de Stone para que la recoja, alegando que la joven
está enferma, Debby la mata al tiempo que le espeta que: “Jamás en mi vida
me he sentido mejor."
Graham, Ford y Lang en el rodaje |
Al impedirse esta undécima llamada y
tras la muerte de la viuda Duncan que deja al descubierto los tejemanejes de la
organización delictiva, el desenlace final de la película se precipitará por un
sendero de violencia, del que la heroína tampoco estará exenta al pagar con su
vida la venganza sobre Stone, al que le devuelve la moneda del café en la cara.
Bannion no puede evitar que Debby sea abatida por las balas del sicario, pero
aún tiene tiempo de hacer un último gesto por la muchacha llamando por teléfono
a una ambulancia en medio del tiroteo con Stone. Puede parecer esta duodécima
llamada un gesto innecesario cuando uno está inmerso en una balasera, pero
tiene una doble justificación a nivel argumental y del guión: en el personaje
masculino se manifiesta su aprecio (o amor, como se prefiera) por el heroísmo
de Debby, y para los guionistas posibilita la escena (para que lucimiento de la
actriz) de la muerte de esta última en brazos del policía.
El gran Fritz Lang |
En última instancia, la escena final
de la reincorporación de Bannion al trabajo podría ser perfectamente la inicial
de una segunda parte de la película. Nada más sentarse en su mesa, sacar el
letrero con su nombre y pedir un café, el timbre del teléfono le devuelve a la
cruda realidad de su profesión al proferir las palabras mágicas: "asesinato
en la calle sur". Sin ningún asomo de resignación coge su sombrero y
pide al compañero: "mantén el café caliente, Hugo", para salir
de nuevo a la calle. La decimotercera llamada de teléfono le reincorpora de
nuevo al trabajo como si nada hubiera ocurrido, cuando desde la primera llamada
hasta la última han sucedido un montón de cosas que han marcado su existencia para
siempre: se frustra su matrimonio y su posible reconstrucción, pero él lo
acepta como parte del trabajo, gafes del oficio para el deleite nuestro como
espectadores cinematográficos.
La vida sigue igual |
Todas las fotografías están extraídas de
internet sin ánimo de comerciar con ellas. Gracias de antemano por la ayuda
desinteresada.
¡Que aproveche! Un
cordial saludo.
Aitor Hernández Eguíluz
Muy interesante este post de cine negro, tan negro como el cafe.
ResponderEliminarTe sigo desde el movil.
Rita.