En esta sección iré desgranando los artículos ya publicados en el pasado
en diferentes publicaciones, difíciles de localizar y de recuperar por tratarse
en muchos casos de revistas que ya nos han dejado. En esta ocasión, otro artículo de El Cinéfilo en publicado en enero de 2004 en el que hice un juego de crítica cinematográfica en defensa del cine con mayúsculas en términos jurídicos:
El Verdugo: ¡De mayor no quiero ser Programador Cinematográfico de Televisión!
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¿La mejor película española de todos los tiempos? |
ALEGATO FISCAL FINAL:
Aún con
el vivo recuerdo en mi memoria de su pase hace unos años por La 2 de
buena parte de los films más significativos de los llamados genéricamente The
Silent Years, pertenecientes a The Killiam Collection. Mi ánimo ha revivido
una vez más la, cada vez más, generalizada adversión que en la programación
televisiva produce toda película que no presente en la mayor parte de su
metraje la más variada gama de los colores del arco Iris. Lo que se traduce
inmediatamente, no ya sólo la (previsible, aunque nunca merecida) injusticia
que se comete con las películas mudas, sino en gran medida en el rechazo que
producen también las de blanco y negro. Pero vayamos por partes:
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Carátula de la edición en video |
PRIMERA
PRUEBA:
En primer
lugar, celebro la poética denominación que Killiam, del que somos tan deudores,
otorgó a este conjunto de películas recuperadas por él mismo, mas cuando nunca
he sido muy partidario de llamarlas películas mudas sino como mera función
distintiva de las sonoras, en la misma medida en que a las películas en blanco
y negro prefiero agregarles el calificativo de fotografiadas. No obstante,
tampoco el pretexto último de este escrito será el de colmar mis preferencias filológicas,
sino que pretende advertir, tras unos años atrás plagados de conmemoraciones
centenarias, del rechazo que produce en los programadores televisivos, tanto
privados como asalariados al bífido ente estatal, este tipo de películas
que no son tan marginales como se pretende, a pesar de que en gran medida el
llamado "gran público" también las rechace inconscientemente.
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El clásico soviético de Eisenstein - 1927 |
En
primera instancia, es de comprender el rechazo que las películas silenciosas
producen en el subconsciente colectivo del público actual, porque aunque el
cinema haya cumplido ya más de cien años, que lo convierte en un arte
relativamente de corta existencia; este periodo de tiempo supera las
expectativas media de vida de los seres humanos, por lo que se da la
circunstancia de que muy pocos pueden enorgullecerse de haber asistido el
estreno de estas películas, con lo que la añoranza por estas producciones es
imperceptible en la creencia de que hoy en día tienen escaso valor
cinematográfico. Por contra, es con el cambio de siglo cuando el cine silente
debería tenerse más en cuenta para racionalizar la avalancha de efectos
especiales que preside nuestro mundo cinegráfico, por cuanto los autores
silenciosos se acercaron en su momento a la perfección en la consecución de un
lenguaje cinemático puro expresado sólo en imágenes y sin la ayuda de la
palabra (al minimizarse el número de rótulos, o en el caso de Der letzte
mann -El último, 1924-, de Murnau, desaparecer por completo), con lo
que ese cinema ya estaba más próximo a la poesía visual que al teatro como
ocurría en su origen.
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El arte mudo en su mayor expresión, contar uns película sin rótulos |
A pesar
de la opinión de los programadores televisivos y en contra de las supuestas
predilecciones que según ellos deben tener todos los espectadores, me pregunto
qué tiene de malo que se pueda programar en prime time films de la
envergadura de Nosferatu, eine synphonie des grauens (Nosferatu,
1922) de Murnau, de Intolerance, Love's Struggle Throughout the Ages (Intolerancia,
la lucha del amor a través de los tiempos, 1916) de Griffith, de Metrópolis
de Lang, de Greed (Avaricia, 1923) de Stroheim, de The
Thief of Bagdad (El ladrón de Bagdad, 1924) de Walsh, de La aldea
maldita (1930) de Florián Rey... hasta incluso de Bronenosets Potiomkin (El
acorazado Potemkin, 1925) de Eisenstein; sólo porque el acetato original no
contenga una banda de sonido las cadenas de televisión tiene que huir de la
emisión de estas producciones que han sido unánimemente consideradas como obras
maestras, cuando en una interesante velada (idea que cedo gratuitamente, porque
hoy me siento generoso) su pase podría acompañarse, a imagen y semejanza de lo
que se practicaba en la época de su estreno, con la partitura original de la
misma -u otra composición preparada a tal efecto-, a cargo de una orquesta
sinfónica, con lo que se matarían culturalmente dos pájaros de un mismo tiro.
Como sé que mi propuesta caerá en saco roto, los cuatro locos que
apreciamos el arte cinematográfico silente ya no podremos tampoco consolarnos
con que de vez en cuando ese alma caritativa que velaba por nosotros en La 2
programase este tipo de películas, aunque para que nos sirviera de penitencia
lo hiciera a esas intempestivas horas que solía.
El film de Raoul Walsh con Douglas Fairbanks |
SEGUNDA
PRUEBA:
Un poco
más suerte, aunque muy lejos todavía de la que se merecen, corren actualmente
las películas fotografiadas en blanco y negro en su relación con la pequeña
pantalla, la tácita aversión que por ellas tienen los programadores y que se
disfraza tras un denigrante horario no puede ocultar el agravio comparativo que
de forma similar al racismo sufren, como si de una molesta minoría se tratasen,
frente a una complaciente generalidad de películas en color que las tolera
hasta cierto punto. Las primeras se programan como una curiosidad sin mayor
importancia, al suponer que no han de constituir una amenaza mientras se
mantengan en el desprestigiado sitio al que se les ha confinado, porque no
invaden el espacio de las segundas y se colocan por las mañanas, cuando todos
estamos ocupados trabajando o estudiando y las amas de casa han de preocuparse
más del puchero que de la televisión; o por las noches a altísimas horas de la
madrugada, en espacios de la programación dedicados exclusivamente a las sugerentes
tele-tiendas americanas. Este es un juego al que se prestan los programadores
suponiendo que todos los televidentes comparten el mismo racismo con respecto a
los films que no se presentan a todo color, y se olvidan de la creciente
proliferación de tolerantes que centran sus gustos en la calidad frente a los
factores de formato, quienes no tienen inconveniente en disfrutar en las horas
de mayor audiencia de la belleza de la fotografía en blanco y negro (y su
correspondiente variada gama de grises), quienes prefieren antes ver magníficas
películas como The Big Sleep (El sueño eterno, 1946), de Howard
Hawks, The Third Man (El tercer hombre, 1949), de Carol Reed, Out
the Past (Retorno al pasado, 1947), de Jacques Tourneur, Psico
(Psicosis, 1960), de Alfred Hitchcock, One, Two, Three... (Un,
dos, tres, 1961), de Billy Wilder, El Verdugo (1963), de Luis G.
Berlanga..., o incluso The Night of the Hanter (La noche del cazador,
1955), de Charles Laughton; que tener que sufrir cualquier insulsa comedia de
los ochenta y noventa, o el tradicional vehículo para el lucimiento del
"musculitos" de turno, o la sucesión de sustos a gran volumen y de
vísceras sanguinolentas.
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El único film del gran Charles Laughton |
TERCERA
PRUEBA:
Y no
conformes sólo con ello y con la complicidad de aviesos y desocupados
científicos que no tienen otra cosa en que llenar su tiempo, con todas las
carencias que presenta el mundo, los programadores se han topado, para
martirizarnos con otra vuelta de tuerca, con la piedra filosofal que les supone
la modernidad del coloreado de este tipo de películas. Lo que en el
cinema silente se agradecía: la coloración a mano de cada uno de los fotogramas
como decisión propia, en su momento, del autor o de los productores; se
convierte en patética aberración el supuesto regalo que para nuestros ojos
supondría la romántica coloración por ordenador de los fotogramas
originarios en blanco y negro con la que nos atenta la técnica actual (con el
inefable Turner a la cabeza, ínclito y esclarecido tiburón de las finanzas que
sin ningún tipo de deferencia artística ha dispuesto por coj..., ¡perdón!, por
dinero, de todo el material de la histórica Metro-Goldwin-Mayer) para alegrar
con dudosos colores nuestras oscuras vidas en blanco y negro. (NOTA: Lo
que hubieran dado los grandes estudios cinematográficos por saber que podían
ahorrarse el dinero invertido en la contratación de los mejores directores de
fotografía.)
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Ted Turner: No se dejen engañar, no es un venerable ancianito |
. PRUEBA
CIRCUNSTANCIAL:
Desde que
el franquismo instaurara (O.M.23-IV-1941) el doblaje obligatorio de toda
película exhibida en la península, se nos ha privado de la posibilidad de oír
la voz original de los actores durante décadas. No obstante, esta manipulación
que se mantuvo con la tele, caló hondamente en los espectadores, que han cogido
un hábito difícil de extirpar, aunque hoy en día asistamos a cierta
permisibilidad que poco a poco se está trasladando a la pequeña pantalla. De
todas formas, no es de extrañar que los programadores sean reacios a
utilizarla, ya que no depende tanto de ellos como del espectador, por lo que
quiero dejar esta prueba en cuarentena por considerarla todavía como circunstancial,
hasta que no se produzca el cambio en su gusto, y por respeto a los magníficos
dobladores de que hemos dispuesto hasta que la diversificación de cadenas
televisivas ha vulgarizado el otrora arte, y aplazo la utilización en su
contra, pero me concedo la prerrogativa de no olvidarla para usarla contra
posteriores encausados.
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Un estudio de doblaje argentino |
VEREDICTO:
Todo lo
expuesto me lleva, por el poder que me ha conferido el director de esta
publicación, a condenar a los Programadores Televisivos a ARDER EN EL INFIERNO
(con excepción del de La 2 y si todavía mantiene el puesto de trabajo, que
permanecerá en el purgatorio hasta que subsane los errores de horario) hasta
que las películas coloreadas por ordenador pierdan todo su color prestado; por
lo que todos pasarán inmediatamente a disposición de El verdugo.
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Pepe Isbert dixit |
Todas las
fotografías están extraídas de internet sin ánimo de comerciar con ellas.
Gracias de antemano por la ayuda desinteresada.
¡Que aproveche! Un
cordial saludo.
Aitor Hernández Eguíluz