lunes, 23 de julio de 2012

Déjà vu: ¿TELÉFONO NEGRO?, VOLAMOS HACIA LOS SOBORNADOS



En octubre de 2003 inicié con este artículo mi colaboración con la revista barcelonesa  El Cinéfilo de la mano de Jaime Cayuela, mi contacto en la publicación, que duró hasta que dejó de publicarse en castellano y sólo lo hizo en Catalán. Aquí y parafraseando el título de Kubrick, quise relacionar la película de Fritz Lang Los sobornados con un invento clave para el desarrollo argumental del cine policiaco, de gansters, como se decía antaño, o thriller, como lo llaman ahora:

 

¿TELÉFONO NEGRO?, VOLAMOS HACIA

LOS SOBORNADOS

Cartel en castellano
 
      Poco podía imaginar Graham Bell cuando por primera vez hablaba con su ayudante, a unos pocos metros de distancia y a través de su novedoso invento, que prácticamente veinte años más tarde dos hermanos habrían de patentar otro artilugio cuyos usuarios arramplarían con el suyo sin ningún rubor como fuente de inspiración para el desarrollo de sus ficciones. Así, teléfono y cinematógrafo han evolucionado a lo largo del siglo veinte hasta convertirse hoy en día en objetos imprescindibles: el primero insustituible a nivel funcional y el segundo universalizado como uno de los principales medios de entretenimiento. Por lo tanto, estamos ante sendos inventos cuyos principios técnicos no tienen ningún punto de contacto, pero que han conectado entre sí sin establecer ningún tipo de dependencia del uno con respecto al otro. No obstante, desde hace bastantes años es raro asistir a una película -exceptuando, claro está, las de época- en la que no salga ningún teléfono y, por contra, quién no ha quedado por teléfono con la novia o con un amigo para ir al cine. Con lo cual, se patentiza la perfecta cohabitación de dos avances técnicos de diferente naturaleza y dispar utilización en una sociedad rayana en el tercer milenio.
Título original en inglés

   No es extrañar que un género cinematográfico tan conectado con el propio siglo veinte como el cine negro, haya adoptado el teléfono como una de sus principales herramientas para el avance de la acción. Ocurra la mayoría de las veces de forma ocasional, unas indirectas y otras marcando enteramente su posterior desarrollo, como concibiera Alfred Hitchcock en North by Northwest (Con la muerte en los talones, 1959), en donde el equivocado receptor de una llamada de teléfono se verá envuelto en la trama de una función para la que no tenía entrada. O suceda en las menos de forma intencionada, en las que el teléfono sea el hilo conductor imprescindible de la trama, como hiciera Michael Anderson en Calls (Llamada mortal, 1981), en donde los asesinatos se cometían a través de la línea telefónica. Es, por tanto, en el cine negro en donde este aparato más se imbuye en la trama y pasa a formar parte indisoluble con el celuloide. Esperemos que la nueva tecnología del teléfono móvil no rompan la simbiosis del invento (sobretodo por el juego que siempre ha dado la cabina, que se lo digan si no al desaforado José Luis López Vázquez) con el cine.
El gran José Luis López Vázquez
     Un perfecto compendio del juego narrativo que el teléfono desempeñó en la conformación de la sintaxis del cine negro, lo realizó Fritz Lang con The big heat (Los sobornados, 1953), en donde llego a contabilizar hasta trece llamadas de teléfono (sin contar con algunas otras citadas o en elipsis), que responden a dispares funciones más o menos pertinentes dentro del relato, sin las cuales no podría haber avanzado o no hubiera conservado su agilidad y parte de los valores que la película atesora hoy en día. 
Cartel original con el teléfono como protagonista
        No es un arranque tópico del cine negro el que se oiga un disparo, baje las escaleras una mujer y no se oiga el grito de ésta al ver a su marido que se ha suicidado, sino que fríamente se disponga a telefonear a no se sabe, de momento, quién; lo que muestra bien a las claras que no estamos ante una película cualquiera. El emisor y el receptor de esta primera llamada saben más que nosotros como espectadores y, sin explicarnos nada en concreto, nos ponen en guardia sobre una trama que se nos irá revelando paulatinamente y de la que no podremos salir hasta el final de la película. Se nos omite, por contra, la pertinente llamada a la policía por carecer de valor narrativo, ya que la investigación policial sólo es necesaria para la presentación del protagonista Dave Bannion (Glenn Ford) ya que no se encontrará la confesión del policía Tom Duncan, porque la oculta su mujer Berta (Jeanette Nolan).
El desencadenante de toda la acción
      Entre tanto llega la policía se muestra una segunda llamada telefónica en la que el sicario Vince Stone (Lee Marvin) recibe instrucciones de su jefe supremo Lagana, que en sí misma podría parecer algo superflua, de no ser porque en primer lugar posibilita al espectador contemplar la mítica aparición de su novia, la sugestiva Debby Marsh (Gloria Graham) tumbada en un sofá; para después mostrar el tenso ambiente en que conviven estos dos personajes y que habrá de explotar más adelante por la aparición en escena de Bannion. De la misma forma, la tercera llamada interrumpe la descripción del segundo ambiente doméstico que se contraponen en la película: la típica estampa de la vida familiar norteamericana del matrimonio Bannion; por la que se le comunica a Dave que el suicidio de Duncan no está tan claro por la aparición en escena de la amante del muerto, con la que tiene que contactar en night-clubThe Retreat”, otro de los ambientes cruciales de la película. Pero esta última llamada que interrumpe la tranquilidad de su hogar es la más crucial de la película por ser el comienzo de la espiral de violencia en que, a su pesar, se verá envuelto. Serán los demás personajes quienes se empeñen en ponerlo sobre la pista adecuada, los gansters al matar a la novia del suicida (enterándose por una variante del teléfono, el teletipo) y los policías corruptos al recriminarle su visita a la viuda.
Glenn Ford con la cabina en el bar al fondo
     La cuarta llamada, aunque hace avanzar la trama, se convierte principalmente en una maravillosa muestra de los diálogos típicos del cine negro clásico, una mezcla de doble sentido y cinismo alrededor de una cabina de teléfono entre Bannion y el camarero del club, Tierney (Peter Witney): Bannion "Hola amigo, ¿a quién llamaba?” Tierney. “A mi madre (cierra la puerta y se pone muy farruco).” B. “¿Quiere que vayamos a la comisaría?” T. “No me asuste sargento... cinco minutos después de llegar allí será usted quien conteste a unas preguntas.” B. “Coja su chaqueta.” T. “Claro... sólo que alguien querrá saber por qué mete las narices en un caso del condado, por qué no deja de molestar a la gente, después de habérselo dicho ya una vez.” B. “Usted recibe pronto las noticias ¿no?” T. “Paloma mensajera especial... eh, ¿quiere todavía que le acompañe?” B. “Uf... No, hoy no, cuando tenga las preguntas suficientes para cerrar este asunto... dígaselo a su madre."
Tierney vs.Bannion
       Sin la ayuda de sus superiores, por miedo a perder la pensión, uno, o por soborno, el otro, estando el caso de la muerte de la amante en manos de la policía del condado y por sus erráticos resultados en la investigación de algo que él intuye muy gordo; Bannion está tan abatido al llegar a la tranquilidad de su hogar que no puede evitar derruir la comisaría que ha construido su hija jugando, una metáfora del derrumbe moral de su propia comisaría. Pero esta serenidad familiar resquebrajada, se tambaleará en esta misma escena por los insultos a su mujer y las amenazas proferidas en una quinta llamada telefónica, que funciona de nuevo como acicate de la acción ya que este factor externo precipitado por los gansters disipa las dudas de Bannion y le impelen a actuar; aunque también provocará el estallido definitivo de su vida hogareña con la trágica de la muerte de Katie (Jocelyn Brando). 
La única inocente, junta a su hija, de toda la historia
        En las pesquisas para encontrar al ejecutor material del asesinato de su esposa, Bannion pergeña una artimaña a través del teléfono al hacer llamar a su cuñado a “The Retreat” a una hora determinada preguntando por Larry, el esbirro de Stone, y poder así desenmascararlo. Esta sexta llamada es un recurso demasiado simple a nivel argumental para que funcione, pero que se emplea para poner en contacto por primera vez a Bannion, tanto con la violencia y el sadismo de Stone como con la sensualidad de una Debby que, además, se prendará del policía acompañándole hasta su hotel. Esta circunstancia sí que tendrá consecuencias definitivas para la trama porque inducirá a Stone al error de echarle el café a la cara a Debby. Lo cual justificará una séptima llamada del lugarteniente a su jefe Lagana, en la que éste último le conmina a matarla: "¿Cómo sabes que no le dijo nada? Debby ya no es sólo tu problema sino el nuestro... quiero estar seguro... pero que no la encuentren en ninguna carretera, que no la encuentren en ninguna parte." Pero ésta ya se les ha adelantado al escaparse del Comisionado corrupto y acudir a Bannion, quien la ocultará en su hotel, con lo que se nos muestra una octava llamada telefónica al recepcionista meramente circunstancial.
La Graham con mayúsculas
       Mientras Lagana y Stone pergeñan el secuestro de la hija de Bannion para que éste no hable, les interrumpe la llamada telefónica de la señora Duncan asustada porque el policía llama a su puerta. Su miedo no es infundado, porque la llegada de agentes corruptos, previamente avisados por Lagana, evita que Bannion la mate para que salgan a la luz los documentos de la corruptela que su marido guardaba y desenmascarar la organización. Esta novena llamada le sirve a los guionista para salvar a su protagonista de que cruce la línea del delito y no se equipare con Stone, como le señala Debby. Lo que Bannion no ha podido hacer por escrúpulos morales para no ponerse a la misma altura de Stone, será, de nuevo, otra persona quien lo realizará, en este caso Debby, por una mezcla de redención y venganza por la desfiguración de su rostro. La décima comunicación telefónica, en que su cuñada avisa a Bannion de que el relevo de la escolta que cuida a su hija no ha aparecido, es aprovechada por Debby para ir a la casa de la viuda. Mientras ésta última marca el número de Stone para que la recoja, alegando que la joven está enferma, Debby la mata al tiempo que le espeta que: “Jamás en mi vida me he sentido mejor." 
Graham, Ford y Lang en el rodaje
       Al impedirse esta undécima llamada y tras la muerte de la viuda Duncan que deja al descubierto los tejemanejes de la organización delictiva, el desenlace final de la película se precipitará por un sendero de violencia, del que la heroína tampoco estará exenta al pagar con su vida la venganza sobre Stone, al que le devuelve la moneda del café en la cara. Bannion no puede evitar que Debby sea abatida por las balas del sicario, pero aún tiene tiempo de hacer un último gesto por la muchacha llamando por teléfono a una ambulancia en medio del tiroteo con Stone. Puede parecer esta duodécima llamada un gesto innecesario cuando uno está inmerso en una balasera, pero tiene una doble justificación a nivel argumental y del guión: en el personaje masculino se manifiesta su aprecio (o amor, como se prefiera) por el heroísmo de Debby, y para los guionistas posibilita la escena (para que lucimiento de la actriz) de la muerte de esta última en brazos del policía.
El gran Fritz Lang
      En última instancia, la escena final de la reincorporación de Bannion al trabajo podría ser perfectamente la inicial de una segunda parte de la película. Nada más sentarse en su mesa, sacar el letrero con su nombre y pedir un café, el timbre del teléfono le devuelve a la cruda realidad de su profesión al proferir las palabras mágicas: "asesinato en la calle sur". Sin ningún asomo de resignación coge su sombrero y pide al compañero: "mantén el café caliente, Hugo", para salir de nuevo a la calle. La decimotercera llamada de teléfono le reincorpora de nuevo al trabajo como si nada hubiera ocurrido, cuando desde la primera llamada hasta la última han sucedido un montón de cosas que han marcado su existencia para siempre: se frustra su matrimonio y su posible reconstrucción, pero él lo acepta como parte del trabajo, gafes del oficio para el deleite nuestro como espectadores cinematográficos.
La vida sigue igual


Todas las fotografías están extraídas de internet sin ánimo de comerciar con ellas. Gracias de antemano por la ayuda desinteresada.

¡Que aproveche! Un cordial saludo. 
Aitor Hernández Eguíluz

1 comentario:

  1. Muy interesante este post de cine negro, tan negro como el cafe.
    Te sigo desde el movil.
    Rita.

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